Los sueños preservados y un amor imposible

Rita L. García Cerezo

Nunca te mueras sin decirme adónde vas (Eliseo Subiela, 1995) es una película en la que la ciencia ficción se mezcla con el realismo mágico y el romance. Además de esto, encontraos en ella una serie de características que la hacen muy peculiar.

En primer lugar, la narración presenta una inversión de circunstancias: lo que al inicio se presenta como el estado de vigilia, más adelante se transforma en sueño. Así, paradójicamente, el sueño se vuelve despertar, cuando otro sueño invade el estado de vigilia; para explicarlo, vayamos a la historia.

La primera secuencia, en blanco y negro, se ubica en New Jersey, a finales del siglo XIX; desde el principio hay constantes referencias al cine, pues William, el primer personaje en aparecer, trabaja con Thomas Alba Edison y le propone trabajar en un aparato “preservador de sueños”, con el que sería posible proyectar imágenes “como una pantalla por la que pueden echar a volar los sueños liberados”.

La cámara gira mostrándonos a los dos interlocutores en un primer plano que nos permite ser parte de la conversación. De pronto, escuchamos el característico sonido del proyector y entonces aparece un sepelio en la pantalla. Las imágenes, proyectadas con la textura de una vieja película muda, nos muestran a un grupo de gente bajo la lluvia. Luego de pasar a un primer plano del rostro de William, volvemos al plano general para ver que ahora está solo. Los tristes arpegios del piano sirven de transición a la siguiente escena.

En el interior de una casa, un plano detalle nos muestra el piano y un retrato de una hermosa mujer. Poco a poco, la cámara se aleja, mientras empieza a sonar una triste melodía y vuelve el sonido ambiental. Entonces vemos a William dando vueltas a un zootropo con la mirada perdida hasta que se queda dormido. En su sueño, a color, unas manos colocan la película en un proyector. Luego encienden el aparato llenándolo todo con una luz cegadora, para dar paso a los créditos.

Después de este prólogo, encontramos que la situación se ha invertido: el sueño de William se vuelve la vigilia de Leopoldo. Son sus manos las que colocaban la película en la sala de proyección de un viejo cine en Buenos Aires.  Además de trabajar ahí, en sus ratos libres se dedica a inventar artefactos junto con su amigo Óscar.

Estamos ahora a finales del siglo XX. Leopoldo vive en una vieja casona con su esposa, con quien discute mucho, por sus pocos ingresos. Su única esperanza es perfeccionar su invento, un recolector de sueños. Un día por fin lo logra y graba sus sueños: éstos son en blanco y negro y en ellos aparece la mujer del retrato. Para su sorpresa, empieza a verla también fuera de sus sueños. Ella le revela que ambos han estado enamorados en muchas vidas anteriores. Pero que luego de la última ella no quiso volver a encarnar.

Así, en este filme, Rachel, el sueño de Leopoldo aparece ubicada en el mismo espacio del estado de vigilia. Anacrónica no sólo en cuanto a sí misma y al entorno, sino en cuanto a su apariencia exterior y su interior. Pues en las charlas con Leopoldo se muestra como un ser sabio y, aunque ambos se aman, lo anima a ser feliz con lo que tiene en esta vida, aunque no sea con ella.

Sus conversaciones tienen lugar en los lugares más cotidianos: el cine, su casa, la calle, la cafetería del barrio, incluso el metro, siempre con un predominio de medios y primeros planos de los dos enamorados. Podemos apreciar el entusiasmo de él por todo lo que va descubriendo y el gesto maternal de ella al escucharlo. Casi nos olvidamos de que, aunque en apariencia comparten un mismo espacio, no se encuentran en la misma dimensión.

En la penúltima conversación, sin embargo, aunque por primera y única vez hay un contacto físico entre ellos, la distancia se hace patente, y podemos verlo en la composición: ambos se encuentran de pie en el zaguán de una casa con puerta de dos hojas, pero él está recargado sobre la pared y su lado de la puerta está entreabierto, mientras que ella está derecha, sin tocar la pared y con su lado de la puerta cerrada; él en contacto con el mundo terrenal y con un futuro esperándolo afuera; ella, un espíritu, sin posibilidades de un futuro en esa vida.

El azul que predomina en la imagen, tanto en la iluminación como en las paredes, un color asociado con la paz y el intelecto, refuerza esta idea de que la unión de ambos sólo es posible en lo espiritual y de que su relación es de aprendizaje.

Es evidente el contraste con la escena de su último encuentro, el cual se lleva a cabo en una azotea donde Rachel espera a Leopoldo mirando hacia el horizonte: el cielo es de un intenso color naranja que lo permea todo; aunque se trata de una despedida, Rachel luce contenta, pues la espera una nueva vida y la posibilidad de un reencuentro en el plano físico (el naranja simboliza la vida y la pasión).

En el momento previo al adiós, un primer plano los coloca a ambos en un mismo lugar, no hay espacio físico visible, no hay sueño ni vigilia, no hay anacronismos, sólo ellos dos que se funden en un beso, pero inmediatamente después un plano general nos devuelve al mismo lugar y vemos a los amantes despidiéndose con el ocaso de fondo mientras la imagen se va a negros. Sin embargo, como ambos han aprendido, cuando todo parece haber llegado a su final, hay un nuevo inicio, una nueva vida que no necesariamente comienza tras la muerte física.



Referencias

Kirzner, D. et al. (productores) y Subiela, E. (director). (1995). No te mueras sin decirme adónde vas. [cinta cinematográfica]. Argentina: Artear, Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.

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